AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 74 - VERANO 2016

La República de Lorca

Óscar Esteban

 

     

Llevaba unas semanas a la gresca conmigo mismo. Algunas semanas agazapado bajo dos ideas que escribir en voz alta. Intentar analizar el Brexit o la huída hacia delante de los británicos al mismo tiempo que seducían a los escoceses con el juntos mejor y con la idiosincrasia del pensamiento hispánico de mejor lo malo conocido que lo jodidamente malo por conocer.

He decidido decantarme por el segundo apartado y autoinmolarme una vez más en uno de esos días de pesimismo redomado que tengo cuando me encuentro a lomos de una sociedad como la nuestra. Para acabar de hastiar al personal, he decidido recoger los últimos cuarenta y cinco años y olvidarme de lo anterior, porque guerras civiles tienen casi todos los países que se precien de ello. Es algo que forma también del gen de ser humano; su fratricidio por la exclusividad de la madre patria.

Voy a explicarles una anécdota que quizás se explique mejor que yo mismo:
Hace ya unos años asistí como parte de la representación de la Amical Mauthausen, una asociación que agrupa a los exdeportados republicanos de los campos de concentración del nazismo, así como a los familiares y amigos, tanto de los supervivientes como de los deportados asesinados en los campos.  El campo de concentración de Mauthausen- Gusen se encuentra a ciento cincuenta kilómetros del centro de Viena y fue el lugar donde murieron una gran parte de españoles y republicanos fuera de suelo español. Se le conocía como el campo de los españoles, ya que casi se podría decir que formaban la columna vertebral de su interior. En aquel homenaje asistió como representación del gobierno español, la ministra María Teresa de la Vega y por el Govern, Joan Saura para conmemorar los sesenta y cinco años de la liberación de dicho campo. Cada país hacia su pequeño homenaje en su pequeño trozo de mundo, en su mausoleo y monumento particular, con su himno y su bandera.

¿Todos? Por supuesto que no. Todos menos el español. El homenaje español se realizó en el recinto francés, porque España nunca se ha interesado- ni antes ni después de la guerra- en mantener o crear un espacio para honrar a sus víctimas - más de siete mil quinientas -.

¿El himno? Se cantó Ay Carmela por parte de un grupo de estudiantes franceses mientras los españoles cantaban la marsellesa. El desfile de la delegación española cerró con El vito, una canción popular andaluza recopilada en un poemario de Federico García Lorca. Fue la alternativa española al himno de los pantanos de los deportados alemanes y al Bella ciao que entonaron los italianos.

¿La bandera? Mientras las banderas europeas bailaban en el aire reconocidamente por todos. En nuestro pequeño trozo de mundo prestado cohabitaban la andaluza, la extremeña, la catalana y un largo etcétera hasta llegar a la republicana.

Ya en el 2005 asistió Jose Luís Rodriguez Zapatero y coexisitieron las dos banderas, no así los asistentes al acto que no entendieron allí la bandera que los llevó a tener que regresar cada año a aquel lugar. Aquella bandera los enterró a todos, algunos bajo tierra y otros, sus familiares y descendientes al olvido de su patria durante el franquismo y con el silencio tras él.

Este hecho fuera de parecer una anécdota, me sugiere una reflexión que resume el sentir de todo el ancho espectro de nuestra geografía. Esa partición sentimental que muchos han hecho de la bandera. Como algunas generaciones pasadas siguen tomando la bandera republicana como propia, como bandera de la libertad y de una nación que un día les representaba. Y otros, entrados en generaciones posteriores han izado sus banderas regionales como parte de su definición, de su sentir y pertenencia.

De alguna forma, en ambos periodos de la historia, vi convergir en aquel lugar, en tierras austriacas sobre un monumento francés, esas dos Españas separadas por el tiempo, que paralelamente alzaban la voz fuera de sus fronteras huyendo de la bandera rojigualda, esa bandera que representa, de algún modo, la uniformidad de pensamiento que se le presupone a nuestro territorio. Más allá del símbolo, las banderas parecen que hayan surgido ya para un campo de batalla, como credencial y destino de miles de seguidores y es indudable que sirve para honor a muchos y para deshonra para otros.

En esa ocultación de esa bandera, ese himno y ese patriotismo va intrínsecamente esa España antigua, rancia, y desmemoriada con los suyos y lo suyo. Porque no nos engañemos, esta España es antigua, rancia y desmemoriada. Y aceptamos el salvajismo político porque venimos del franquismo, asimilamos la corrupción porque antes se vivía peor ¡se daban hasta besos en el pan! para que nunca te faltara y ahogamos el recuerdo del pasado como si nunca hubiese existido negando las fosas comunes, la bandera republicana y en parte la plurinacionalidad de esta nación.

En ese acto, en suelo austriaco, en un monumento francés, escuchando Ay Carmela, sobre la bandera republicana, sujetaba mi senyera y conversaba con un conocido de Huelva con su bandera andaluza, mientras leía algunas estrofas de Lorca. Honrando a las víctimas del nazismo y, por extensión, a las del franquismo, me encontré a mí mismo. En ese acto, enarbolé una bandera y canté un himno, la primera y única vez. Quizás el motivo lo merecía. Lo que sí encontré es que me encontré a mí mismo. Como nunca antes.

Todo eso soy, a pesar de que en ocasiones, no quieran que lo sea.



 

 

La república de Lorca

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

@ Agitadoras.com 2016